lunes, septiembre 20, 2004

VIA CRUCIS PARA LA VIDA CRISTIANA



Estas páginas se escribieron durante mi estancia en Kenia, atendiendo a un grupo de jóvenes universitarios en un campo de trabajo de asistencia médica a los nativos.

Con todo mi afecto a los deshederados de la tierra, por su redención humana y cristiana: ¡En ellos Cristo revive hoy su Pasión!

Temas tratados

La cruz es la gran escuela de la santidad. San Pablo escribió: Cuando a mí, jamás me gloriaré a no ser en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo (Gá 6,14). El aprendió bien de su Maestero, el Señor Jesús, el camino que debía recorrer hasta alcanzar la vida del Cielo, pues el Señor, evangelizando a los hombres de su tiempo, declaró: El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí (Mt 10,37). Y, en otra ocasión, dijo: el que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mí discípulo (Lc 14,27).

Precio 9,98 euros


EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA MEDITADO


Presentación

Con fecha 11 de octubre de 1992, Su Santidad Juan Pablo II, publicaba la Constitución apostólica Fidei depositum, por la que confiaba a los fieles católicos, y a todos los hombres de buena voluntad, el Catecismo de la Iglesia católica, como síntesis valiosa y autorizada de la fe de la Iglesia. Como manifestó el Pontífice (Discurso al Congreso Catequístico Internacional, 11-10-2002), el Catecismo "permite conocer y profundizar, de manera positiva y serena, lo que la Iglesia católica cree, celebra, vive y ruega".

Con la publicación del Catecismo, el Santo Padre dio cumplimiento a la petición de los Obispos, reunidos en Sínodo (año 1985), que solicitaron una exposición actualizada de la fe que sirviera eficazmente a la evangelización del hombre moderno, siendo al mismo tiempo señal de identidad de los creyentes. Tras múltiples y diversas consultas, tanto a los Obispos, como a los Superiores Mayores Religiosos y Universidades Católicas, y contando con el parecer de eminentes teólogos y pastoralistas, el Santo Padre confió a los hijos de la Iglesia tan importante documento. Considerando el camino seguido hasta su publicación -como bien reseñó el Sumo Pontífice-, podemos decir, en verdad, que se trata de un acto colegial de la entera Iglesia de Dios.

La importancia y alcance del mismo es vital, pues -como consideró Juan Pablo II en el discurso antes mencionado- "está llamado a convertirse cada vez más en herramienta válida y legítima al servicio de la comunión eclesial, con el grado de autoridad, autenticidad y veracidad que es propio del Magisterio ordinario pontificio". Sin duda alguna, ha de ser instrumento privilegiado en orden a hacer operativa y eficaz la nueva evangelización en que, actualmente, está comprometida la Iglesia.

Valor trascendental del Catecismo si tenemos presente el proceso de progresiva descristianización que marca la hora presente del mundo, así como los desafíos pastorales que interpelan a la Iglesia y a los creyentes. Más teniendo en cuenta, como se ha dado en decir, que el Catecismo de la Iglesia Católica vendría a ser como el último de los documentos del concilio Vaticano II. El Concilio -como bien es sabido- fue clausurado en el año 1965. Con la publicación de los documentos conciliares, se inició en la Iglesia un gran proceso de reforma y actualización de sus instituciones, afectando profundamente al núcleo central de su vida, la sagrada Liturgia.

Fruto de la renovación conciliar fue también la promulgación del Código de Derecho Canónico de la Iglesia Latina (25-1-1983) y, luego, del Código de Cánones de las Iglesias Orientales (18-10-1990). De este modo, el concilio Vaticano II se traducía -por así decir- en forma de lenguaje jurídico, en orden a regular la vida y acción de los fieles en la Iglesia santa. Al publicarse el Catecismo de la Iglesia católica, penetrado como está de las enseñanzas y del espíritu del Concilio, podríamos decir que el Concilio ha venido a enriquecer la fe y la vida de la Iglesia, pues no en vano su celebración y feliz realización constituye una piedra millar más en la construcción de la Iglesia de Cristo..

A resultas de todo esto -y de otros muchos aspectos y realidades que podríamos considerar- se nos impone la gran importancia que tiene el Catecismo en el actual momento de la vida de la Iglesia. Sin duda alguna, constituye una piedra preciosa engastada en el cuerpo eclesial, que está llamada a revitalizar la fe de los creyentes y su dinamismo apostólico.

Este es uno de los grandes objetivos, que ha señalado Juan Pablo II, en orden a que el Catecismo nutra y fecunde la vida de la Iglesia. Es cierto que está llamado a inspirar y orientar la publicación de otros catecismos. Pero sería empequeñecer su influjo si lo redujéramos a esa misión. El Catecismo ha de estar presente en toda la vida de la Iglesia, tanto en la predicación homilética, como en los libros que se publiquen, ya sean de espiritualidad como de exposición doctrinal de la fe. El Catecismo ha de ser fuente recurrente en orden a la oración de los cristianos, tanto a nivel personal como comunitario. Además de no faltar en la biblioteca de ningún hogar cristiano, ha de ser un libro que se consulte a menudo, que se lea y comente en familia, en grupos de oración y de apostolado...

A este respecto, observo con cierta preocupación, que si bien su publicación fue recibida con gran entusiasmo, poco a poco va quedando relegado al olvido, cuando no arrinconado... Por eso no deja de ser llamativo que en orden a promover su divulgación, el Papa encargara al Cardenal Ratzinger la elaboración de un Catecismo que fuera síntesis del ya publicado, en orden a ser mejor conocido y divulgado.

Precisamente en esta línea se inscribe el libro que tenemos la alegría de presentar: El Catecismo de la Iglesia católica meditado. Lejos de nuestro alcance y posibilidades pretender grandes objetivos, ni empeñarnos en grandes metas. No. Nuestra vida transcurre sencilla y corriente. No obstante, fruto de esa vida cristiana y pastoral es el libro que tienes en tus manos.

¿Que cómo ha nacido?... Lo explicaré sencillamente. Todo comenzó de la manera más normal. Como sacerdote, que dirijo un grupo de oración (acostumbro predicar algunas meditaciones ante el Santísimo Sacramento), consideré que era muy interesante, en orden a formar en la fe y enriquecer la vida espiritual de los participantes, leer y meditar acerca de las enseñanzas del Catecismo. Y como me propusieran grabar las meditaciones que pronunciara, así lo hicimos. Luego, con la importantísima colaboración de Susana -a la que estamos inmensamente agradecidos, pues sin su ayuda esto no habría sido posible- se transcribieron las meditaciones. Sólo faltó retocar algunas expresiones, o realizar pequeñas correcciones de estilo, para que resultara el texto que tengo el gusto de ofrecer a tu consideración.

Este libro, pues, es el fruto de ratos de oración pasados ante el Señor, presente en la Sagrada Eucaristía. Su exposición ha sido sencilla y vital, precedida -como es lógico- de cierta preparación. Por ello, sería vano e inútil pretender extraer consecuencias teológicas o aplicaciones pastorales del mismo. El objetivo ha sido más bien humilde, aunque no exento de importancia: Meditar acerca de la fe de la Iglesia, tal como ella la expone autorizadamente, en orden a hacerla vida de nuestras vidas por medio de la oración y de la meditación.

Caso que hallamos logrado nuestro objetivo, aunque sea en pequeña medida, nos daremos por satisfechos. Más todavía, si hubiéramos ayudado a vivir la fe, a encarnarla de verdad en la propia vida, a fin de ser luego apóstoles valientes y audaces de Jesucristo Redentor, única esperanza de los hombres y Salvador nuestro.

ÍNDICE

PRIMERA PARTE: LA PROFESIÓN DE LA FE

Catecismo, 1: nn.1-26: El Catecismo, don de Dios a su Iglesia

Importancia del Catecismo

Las cuatro partes en que se divide el Catecismo

Conocer al verdadero Dios: la Verdad de la salvación

Dios ha creado al hombre por amor, para hacerlo feliz: llamado a la vida eterna

Vivir en la presencia de Dios, para Él: participar de su amor

Ante el pecado del hombre, designio salvífico de Dios: Cristo y la Iglesia

Llamada urgente al apostolado: nueva evangelización y catequesis

Significado eclesial del Catecismoe

Catecismo, 2: nn.26-65: Necesitamos de Dios

Dios se ha dado a conocer: Revelación y acto de fe

El hombre es capaz de conocer a Dios: tendencias secularizantes

Grandeza de la fe: ayudar a redescubrir la fe

Deseo innato de Dios: el hombre, ser religioso

A la búsqueda de Dios: Dios mismo nos busca

Revelación natural y sobrenatural de Dios. La Iglesia servidora de la verdad

Revelación sobrenatural y fe: verdad de Dios, que nos da a Cristo Redentor

Catecismo, 3: nn. 66-95: Las fuentes de la Revelación cristiana

Revelación completa y acabada. Prosigue en la Tradición de la Iglesia

Revelaciones privadas en la Iglesia: valor

La Iglesia depositaria de la Revelación: Escrituras y Tradición

Escritura y Tradición: unión íntima e implicación recíproca

El depósito sagrado: la Iglesia su defensora

La Iglesia, intérprete auténtica de las Escrituras

Relaciones Magisterio y Escritura: dogmas y sentido de fe del pueblo creyente

Catecismo, 4: nn.101-133: El tesoro de las Sagradas Escrituras

La palabra y el Verbo: dones de Dios a los hombres

Palabra y Eucaristía: semejanza y distinción

Hacer vida nuestra la Palabra: formación en la fe. Escritura e Iglesia

La verdad de Dios: Escrituras, Tradición e Iglesia

Para la recta comprensión de las Escrituras

El canon de los libros sagrados: la unidad de las Escrituras y la verdad de la fe

La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y de los fieles

Catecismo, 5: nn. 142-175: El tesoro de la fe

La Sagrada Escritura, don del amor de Dios a los hombres: respuesta de fe

Modelos de fe: Abraham y María

El valor de la fe: Dios, garante de su verdad. Crecer en fe: hacer actos de fe

Fe en Dios, en Cristo y en la Trinidad

La fe es un don de Dios, una gracia, y acto humano

Fe y motivos de credibilidad: la certeza de la fe

Fe y conocer: fe y ciencia

Libertad y grandeza de la fe: necesaria para la salvación

Catecismo, 6: nn.185-227: Creo en Dios: Yahvé y Padre Dios

El símbolo de la fe: los artículos del credo

Vivir en sintonía con la fe: coherencia y unidad de vida

Vivir la fe en comunión con la Iglesia


sábado, septiembre 18, 2004

Madre Inmaculada



MADRE INMACULADA

Presentación

En este libro, sencillo y breve, tengo el gusto de ofrecer al lector mi predicación en la novena a María Inmaculada, que tuve el honor de dirigir a los feligreses de la Parroquia de Santa Ana, en Cervera del Río Alhama (La Rioja). La celebramos el año pasado y para mí constituyó una ocasión magnífica de hablar de María Santísima -cosa siempre tan grata a quien ame profundamente a la Madre de Dios-.

Aquellos días me brindaron la oportunidad de centrar más mi vida espiritual en torno a María, secundando así el querer del Señor Jesús cuando nos la dio por Madre al pie de la Cruz. En efecto, María -como escribió el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Mater- ha de ser nuestra Madre espiritual, introduciéndola como Juan en la casa interior, en lo más íntimo y querido a nosotros.

¡Hablar de María, predicar de ella!... ¡Glorificar a Dios por las maravillas que ha obrado en su esclava, la mujer siempre creyente y entregada a Dios por completo!... ¡Qué tarea tan fascinante!, ¡qué privilegio tan grande para aquellos que hemos hecho de la propia vida una entrega alegre y esperanzada en la Iglesia de Dios, a fin de servir lo mejor posible en la fascinante aventura de la salvación de los hombres!...

Suena a cosa tradicional en la Iglesia ese dicho: ¡De Maria, nunca bastante!... Sí, nunca se ponderará adecuadamente la santidad y el esplendor de la santidad de María. Verdaderamente, nunca destacaremos todo cuanto merece ser ensalzada la Doncella de Nazaret. Nunca glosaremos bastante el cúmulo de gracias y maravillas que Dios ha obrado en ella, que tan generosa y fielmente le sirvió siempre, sin reservarse jamás nada para sí... Reviviendo en la memoria aquellos días transcurridos en Cervera, todavía recuerdo el fervor del pueblo fiel a María, sus incesantes muestras de cariño para con la Madre de Dios, su oración ferviente y enardecida, sus cantos alegres y vibrantes... También recuerdo su nostalgia del pasado: cuando Cervera estaba más poblado; cuando por sus calles corrían alegres y bullangueros los más pequeños; cuando en sus casas vivían tantos jóvenes, que daban pie a soñar con un futuro espléndido... También añoran -como en todos los sitios- las manifestaciones de una fe más vibrante y convencida, el testimonio connatural y valiente de los cristianos persuadidos de la verdad de su salvación en Cristo. Igualmente, sienten nostalgia de aquel fervor mariano, que movía a tener tantos y tantos detalles de amor con la Señora; y que impulsaba a realizar tantos y tantos sacrificios para obsequiarla convenientemente. Lo hacían seguros de la fe y del amor que profesaban. Y, seguros de que así agradaban y glorificaban a Dios.

NEn contra de lo que algunos pudieran considerar, como si el amor a María estuviera llamado a menguar en la Iglesia de Dios, o a desaparecer en los tiempos modernos, nosotros somos de la opinión totalmente contraria. ¡María sigue siendo amada en nuestros días, y necesitamos muchísimo de su ayuda e intercesión maternal!... El amor a María está llamado a ser un medio providencial, puesto en las manos de Dios, para que los hombres de nuestro tiempo vuelvan a Dios, y en Él alcancen la felicidad y la salvación que tanto anhelan.

Sin duda alguna, cuando la crisis de fe, y la fuerte descristianización, se hacen notar en tantos ambientes y realidades de nuestro tiempo, el amor a María será fermento y catalizador para que los hombres y mujeres de hoy vuelvan a Dios. Y, con María, Estrella de la mañana y Auxilio de los cristianos, en comunión con todos los cristianos, llevaremos a cabo la nueva evangelización del mundo, en los albores del tercer milenio del cristianismo.

De la mano de María, Medianera en Cristo de la gracia, vendrán a la Iglesia de Dios las vocaciones que tanto necesita para proseguir su misión salvífica en medio de los hombres. De su mano, Refugio de los pecadores, florecerán las conversiones para que todos en Cristo tengamos Vida, vida verdadera, que salta hasta la vida eterna. De María, por su ayuda maternal, como Reina de las familias, Dios suscitará familias santas, pequeñas iglesias domésticas que, transformadas con el fermento evangélico, renueven y revitalicen la Iglesia de Dios y el entero tramado de la sociedad. Con la ayuda de María, Reina de la paz, Dios bendecirá a la humanidad, que se debate en mil conflictos e injusticias, con el inestimable don de la paz, obra del amor, de la verdad, de la justicia y de la libertad.

Y así en todo, pues todas las gracias que Dios comunica a los hombres, y a su Iglesia, pasan por las manos de María, Medianera universal de la gracia. Ella, Madre de Dios Hijo y Reina del universo, ¿qué no podrá, que no hará en favor nuestro, cuando ha sido llevada al cielo en cuerpo y alma, precisamente para esto, para ayudarnos más y señalarnos el camino que conduce a las eternas moradas?...

Ella con su estilo de vida -y unida a su Hijo- es ese camino, pues no en vano el Maestro y Redentor de los hombres dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. ¡Quiera, pues, Dios que este libro sirva para conocer más a María y estimularnos en su amor!... ¡Quiera Dios que estas páginas nos sirvan de estímulo en nuestra entrega a Dios, de forma que recorramos con paso firme y presuroso, al tiempo que lleno de entusiasmo y de alegría, el camino de nuestra santificación!

Pedro Jesús Lasanta.

Recordando con gratitud y alegría los felices días vividos el año pasado en Cervera del Río Alhama; recordando a sus gentes y felicitándoles por sus testimonios de caridad y vivencia cristiana; recordando especialísimamente a su cura-párroco Don Félix Viguera, tan entrañable, generoso y acogedor.

ÍNDICE
¿QUIÉN ES MARÍA?

María, criatura de Dios, entregada a su amor

Madre Inmaculada, Toda Santa

El anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios

María, entregada incondicionalmente a Dios: cumplir su voluntad

María, entregada incondicionalmente a Dios: cumplir su voluntad

Estamos llamados a ser santos, como María

Cumplir la voluntad de Dios, como María

SANTIFICAR LA VIDA ORDINARIA

En diálogo amoroso con el Señor

Sencillez de la vida de María

En qué se diferencia la Virgen

Cómo fue la vida de María

Podemos amar más: transformar la vida ordinaria

Qué hacer para santificar la vida ordinaria

MARÍA, REINA DE LA FAMILIA

Crisis y atentados contra la familia: María reina de las familias cristianas

Solicitud pastoral del Papa en favor de la familia

Vocación matrimonial y familiar de María: importancia de la familia

Llamados a vivir el verdadero amor conyugal y familiar

La familia, iglesia doméstica: escuela de oración y de apostolado

VIRGEN DE LAS VÍRGENES

Vocación de María a la virginidad

Valor actual de la virginidad

La virginidad vivida por amor al Reino de los cielos

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

La salvación ya realizada

María creyó y se entregó a Dios

María es Madre de Dios

También es nuestra Madre, y Madre de la Iglesia

Pasemos por el Corazón de María

MADRE DE LA IGLESIA

Orar a María por las vocaciones

Cristo, la Iglesia y el cristiano

Seamos miembros vivos de Cristo, vivamos en gracia

María, Madre de la Iglesia: su modelo y tipo

Amar a la Iglesia: María, como Madre buena, vela por ella

MADRE DE LOS CRISTIANOS

María ha de ser nuestra Madre espiritual: entrar en su Corazón

Tratar filialmente a María, como hijos pequeños

Amando a Dios y a María, vivamos como hermanos

Tener trato íntimo con María: imitarla

MARÍA ES CORREDENTORA

¿Por qué María es corredentora?

Cómo cooperó María en la obra de las Redención

María siempre vivió para Jesús

María en el misterio salvífico del Redentor

María, la primera redimida y corredentora

María es nuestra Abogada, Auxiliadora, Mediadora

MARÍA, REINA DEL CIELO

Una mujer ha sido coronada en el cielo

La triple lucha del cristiano para alcanzar el cielo

María estrella del cristiano: cargar con la cruz de Cristo

¿Por qué fue coronada María?

Mereció ser coronada

Vencedora del demonio: Ella es nuestra Reina


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jueves, septiembre 16, 2004

Los religiosos de vida activa y la nueva evangelización.

A veces Internet depara sorpresas. Una reseña de mi libro en:

L’OSSERVATORE ROMANO - 29 de julio, de 1994
Una de las líneas características del pontificado de Juan Pablo II viene siendo la llamada a una nueva evangelización.

Se trata de un empeño arduo, al tiempo que entusiasmante. A esta tarea ha sido convocado el entero pueblo de Dios: tanto sacerdotes como religiosos y laicos. Tarea que habrá de actuarse en unidad orgánica (una sola Iglesia), para que -desde la comunión y legítima diversidad eclesial-todos colaboren activamente.

Los religiosos de vida activa constituyen un inmenso potencial de vida apostólica, que habrá de ponerse al servicio de la nueva evangelización: «También en nuestros días los religiosos y las religiosas representan una fuerza evangelizadora y apostólica primordial en el continente latinoamericano.

La presencia de la vida consagrada es un enorme potencial de personas y comunidades, de carismas e instituciones sin el cual no se puede comprender la acción capilar de la Iglesia en todas las latitudes, la inserción del Evangelio en todas las situaciones humanas, el auge de las obras de misericordia, el esfuerzo por impregnar las culturas, la defensa de los derechos humanos y la promoción integral de las personas, así como la animación y guía de las comunidades cristianas, incluso en los lugares más remotos» (Carta apostólica a los religiosos de América Latina, 29 de junio, de 1990, n. 3). Incluso, la diversidad carismática de las distintas familias religiosas habrá de concurrir armónicamente a llevar a cabo esta nueva urgencia pastoral, desde la respectiva complementariedad y comunión jerárquica.

En orden a que los religiosos contribuyan eficazmente a realizar la nueva evangelización, Juan Pablo II ha destacado su aportación principal como «testigos que son de la vida evangélica» (cf. ib.). Alcanzarán este objetivo en la medida en que se identifiquen con Jesucristo: «El primer medio de evangelización para los religiosos es el conformar cada vez más la propia vida a la persona y al mensaje de Jesucristo» (Discurso a las superioras generales de Europa, 17 de noviembre, de 1983).

De este modo, ellos harán presente a Jesucristo en medio de los hombres, siendo modelos de vida cristiana. Los religiosos deben contribuir activamente a hacer efectiva la nueva evangelización, pese a las dificultades y obstáculos presentes, ante los que no es lícito sucumbir ni desfallecer: «Aunque tenéis la impresión de vivir en una sociedad "tortuosa y perversa" a causa de las dificultades que encuentra la evangelización, sabed que siempre tiene vigencia el mandato de Cristo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas.... y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20). Recordad, además, que se os pide generosidad, puesto que ¡todo es pérdida frente a la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús! (cf. Flp 3, 8). Si la cizaña existe y crece, mucho más debe crecer el buen grano de la paz y la gracia. Éste ha de ser el firme propósito y el programa de vuestra vida consagrada» (Discurso a la Unión internacional de superioras generales, 9 de abril, de 1992). ¡La gracia de Jesucristo es sobreabundante!

Como ha puesto de relieve Juan Pablo II, la nueva evangelización, al igual que la primera evangelización efectuada por los religiosos en América, será fruto del amor, que sobrepuja la debilidad del hombre. ¡Amor que ha sido infundido en nuestros corazones por la potencia del Espíritu Santo derramado en nosotros! ¡No es lícito, por tanto, dudar o rebajar el nivel de exigencia apostólica que la Iglesia demanda a los religiosos en esta hora crucial de la historia!
Al Igual que ayer, la Iglesia cuenta hoy con su acción generosa, para desplegar la nueva evangelización: «Los religiosos, que fueron los primeros evangelizadores -y han contribuido de tan relevante manera a mantener viva la fe en el continente-, no pueden faltar a esta convocatoria eclesial de la nueva evangelización ( ... ). Por eso, la Iglesia espera de los religiosos y religiosas un impulso constante y decidido en la obra de la nueva evangelización, ya que están llamados cada uno según su carisma, a "difundir por todo el mundo la buena nueva de Cristo" (Perfectae caritatis, 25). La urgencia de la nueva evangelización en América Latina, que vivifique sus raíces católicas, su religiosidad popular, sus tradiciones y culturas, exige que los religiosos, hoy como ayer -y en estrecha comunión con sus pastores- sigan estando en la vanguardia misma de la predicación, dando siempre testimonio del Evangelio de la salvación» (Carta apostólica a los religiosos de América Latina, 29 de junio, de 1990, n. 24).

Por tanto, ¡no les es permitido renunciar a este compromiso, o desatender esta llamada!

Esta evangelización nueva recae sobre el suelo fecundado de la primera evangelización (cf. ib., 11-12). No se trata, por tanto, de comenzar de la nada, sino de reforzar el alma cristiana de enteras naciones en orden a una vida evangélica más auténtica y fecunda. Así como el fruto de la primera evangelización se debe, en gran medida, al trabajo generoso de los religiosos, así tienen ellos ahora especiales compromisos que atender.

Juan Pablo II ha ensalzado la labor de los religiosos en la primera evangelización de América. Gracias a ellos, es el continente de la esperanza; esperanza supeditada en gran medida a la generosidad evangelizadora de los religiosos en nuestros días, para que la semilla implantada eche raíces fuertes y profundas, y produzca así más y mejores frutos cuajados de vida cristiana.
A este propósito, el Pontífice ha señalado el objetivo último de la nueva evangelización de América, y la condición para que ésta sea eficaz: «La urgente llamada a la nueva evangelización del continente tiene como objetivo que la fe se profundice y se encarne cada vez más en las conciencias y en la vida social.

Por eso, es necesario que los religiosos y religiosas mantengan incólume su fidelidad plena a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y expresen con coherencia su comunión con los pastores, como testimonio de una perfecta sintonía eclesial para edificación del pueblo de Dios» (Carta apostólica a los religiosos de América Latina, 29 de junio de 1990, n. 14).
De este el trabajo apostólico de los religiosos dispondrá adecuadamente a la Iglesia para afrontar los desafíos nuevos que se presentan en su horizonte ante el umbral del próximo año 2000: «A vosotras -jóvenes esperanzas del futuro de la vida religiosa, hijas y continuadoras de la misión de vuestras fundadoras y de vuestros fundadores- se os confía la tarea de preparar para el año 2000 una vida religiosa cada vez más fecunda y capaz de responder a las necesidades del mundo y de los hombres de vuestro tiempo, en la constante fidelidad al Evangelio» (Discurso a novicias religiosas, 10 de abril de 1989).

Ante este futuro, cargado de promesas y obstáculos inquietantes, la acción de los religiosos es decisiva en orden no sólo a actuar la nueva evangelización, sino para abrir también nuevos espacios a Cristo en la vida de los hombres y de las naciones, gracias a la acción misionera de la Iglesia, en la que los religiosos son protagonistas principales. Así lo ha remarcado Juan Pablo II: «Como ya sabéis, ha sido publicada ( ... ) la encíclica Redemptoris missio, que he escrito para llamar la atención sobre la urgencia de la acción misionera. Hacedla objeto de vuestra profunda consideración, puesto que de vuestra formación misionera depende la eficacia eclesial de vuestra vida religiosa y de la práctica de los consejos evangélicos» (Homilía a los religiosos en la fiesta de la Presentación del Señor, 2 de febrero de 1991).

Las misiones se revelan, de este modo, como un campo de acción apostólica especialmente indicado para los religiosos. Compromiso éste que es preciso no rebajar en este momento, ya que la tarea misionera se muestra especialmente urgente: «Quiero recordaros una de las características de los religiosos españoles que, tal vez, está padeciendo un pasajero eclipse y que es necesario restaurar en todo su auténtico esplendor; me refiero a la generosidad misionera con la que miles de consagrados españoles entregaron su vida a la tarea apostólica de establecer la Iglesia en tierras aún por evangelizar. No dejéis que los vínculos de la carne y sangre, ni el afecto que justamente nutrís por la patria donde habéis nacido y aprendido a amar a Cristo, se conviertan en lazos que disminuyen vuestra libertad (cf. Evangelii Nuntiandi, 69) y pongan en peligro la plenitud de vuestra entrega al Señor y a su Iglesia. Recordad siempre que el espíritu misionero de una determinada porción de la Iglesia es la medida exacta de su vitalidad y autenticidad» (Discurso a los religiosos en Madrid, 2 de noviembre de 1982).

El Santo Padre espera y alienta la generosidad de los religiosos en vistas a las misiones. Así lo puso de relieve en su encíclica Redemptoris missio: «A los institutos de vida activa indico los inmensos espacios para la caridad, el anuncio evangélico, la educación cristiana, la cultura y la solidaridad con los pobres, los discriminados, los marginados y oprimidos. Estos institutos, persigan o no un fin estrictamente misionero, se deben plantear la posibilidad y disponibilidad a extender su propia actividad para la expansión del reino de Dios. Esta petición ha sido acogida en tiempos más recientes por no pocos institutos, pero quisiera que se considerase mejor y se actuase con vistas a un auténtico servicio.

La Iglesia debe dar a conocer los valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo (cf, Evangelil nuntiadi 69). Quiero dirigir unas palabras de especial gratitud a las religiosas misioneras, en quienes la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para "entregarse por amor de un modo total e indiviso". El ejemplo y la laboriosidad de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el prójimo, especialmente el más pobre, son indispensables como signo evangélico entre aquellos pueblos y culturas en que la mujer debe realizar todavía un largo camino en orden a su promoción humana y a su liberación.

Es de desear que muchas jóvenes mujeres cristianas sientan el atractivo de entregarse a Cristo con generosidad, encontrando en su consagración la fuerza y alegría para dar testimonio de él entre los pueblos que aún no lo conocen» (nn. 69-70).

¡El trabajo de los religiosos misioneros es necesario a la Iglesia!: «Quizá muchos de vosotros, que han venido a Gambia procedentes de lugares muy lejanos, se pregunten si vale la pena hacer lo que están haciendo. Queridos misioneros, puedo aseguraros que vuestro sacrificio es muy agradable ante los ojos del Señor. Habéis sido elegidos para que todos se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (cf. 1 Tm 2, 4). ¡Tened confianza en vuestra vocación especial (cf, Ad gentes, 23). Todos los días pido sinceramente que Dios sostenga con su presencia misericordiosa a los hombres y las mujeres "en misión", que a veces se hallan en situaciones difíciles, viven alejados y afrontan muchas exigencias.

El Hijo de Dios, que aceptó generosamente su misión de venir hasta nosotros, no os dejará sin "la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que lo aman" (St 1, 12). (Discurso a los religiosos en Banjul, Gambia, 23 de febrero de 1992). ¡Su entrega de ningún modo resulta baldía, estéril o inútil, sino que participa de un modo portentoso de la fecundidad llevada a cabo por la misión de Jesucristo entre los hombres!

Santa María, estrella de la evangelización
Para que los religiosos puedan ser fieles a la vocación recibida de Dios, llevando cabalmente a cumplimiento sus compromisos y su misión en favor de la Iglesia y del mundo, cuentan con una ayuda poderosa. Una ayuda que es Madre, Santa María: «En este camino y en este compromiso, os precede y acompaña la Madre del Señor, puesto que "la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace -por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia" (Redemptoris Mater, 24). María Santísima, Madre de la Iglesia, es madre de modo muy especial de cada una de vosotras. Sabed invocarla como estrella de vuestro camino, como guía y maestra de vuestro esfuerzo de identificación con Cristo, y como puerto seguro de vuestra peregrinación terrena» (Discurso a las religiosas en Lodi, Italia, 20 de Junio de 1992).

María es el modelo de vida de los religiosos, junto con Jesucristo. La vida religiosa no es otra cosa que traducir a la propia existencia la vida de María. Ella misma es la primera evangelizadora, y Reina de los Apóstoles, que impulsa el apostolado y a la misión, que también habrá de orientar el impulso de los religiosos en la nueva evangelización: «Encomiendo a Nuestra Señora de Guadalupe, "primera evangelizadora de América Latina", los anhelos y esperanzas que os he confiado en esta carta. Ella es realmente la "Estrella de la evangelización", la evangelizadora de vuestro pueblo. Su cercanía materna dio un impulso decisivo a la predicación del mensaje de Cristo y a la fraternidad de las naciones latinoamericanas y de sus habitantes.

La devoción a María ha sido siempre la garantía de fidelidad a la fe católica durante estos cinco siglos. Que Ella siga guiando vuestros pasos y fecundando vuestras tareas evangelizadoras. Para todos los religiosos y religiosas María es la imagen más viva y la realización más perfecta del seguimiento y de la consagración al Señor: Virgen pobre y obediente, escogida por Dios, dedicada por entero a la misión de su Hijo. En ella, Madre de la Iglesia, brillan también todos los carismas de la vida religiosa.

Que la Virgen del magníficat, en cuyo cántico resuenan su fidelidad a Dios y su solidaridad con las esperanzas de su pueblo, os mantenga fieles a vuestra consagración y os haga generosos cooperadores de Cristo y de su Iglesia en la nueva evangelización» (Carta apostólica a los religiosos de América Latina, 29 de junio de 1990, n. 31).


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