viernes, agosto 18, 2006

LA EUTANASIA ¿es buena muerte...?


Presentación

Si algo ha preocupado a los humanos desde que el hombre es tal, es la cuestión de la muerte. Y del sufrimiento: ¿cuál es su origen, cuál su sentido...? La razón es sencilla: ¡estamos hechos para la vida!, y no hay nada que la contradiga tanto, y tan profundamente, como la muerte.

Pero –lo sabemos bien–, dado que la muerte es inevitable, pues forma parte del mismo existir humano, si algo ha hecho el hombre a lo largo de la historia es poner todo su esfuerzo e ingenio en combatir el dolor, tratando de erradicar incluso la muerte. No obstante, por muchos y muy grandes que hayan sido los esfuerzos y energías puestos en ello, no cabe otro remedio que reconocer la victoria de la muerte.

Siendo esto así, y no pudiendo hacer otra cosa, los humanos han aplicado el ingenio en cómo posponer la muerte, desplazando y tratando de anular las enfermedades y sufrimientos que acompañan nuestro existir terreno.

Pero junto a ello, también es verdad que, a lo largo de la historia, no han faltado hombres –incluso científicos–, que han optado por rendirse ante el poder de la muerte. Y como no pudieran derrotarla, algunos optaron por anticipar la muerte, como medio de evitar los sufrimientos humanos que tanto pesar y congoja suscitan en los corazones. Así, no faltaron en diversos períodos históricos –incluso recientes– las prácticas eutanásicas y eugenésicas.

En medio de este mare magnum, cuando se atisban graves presagios que parecen anunciar un ocaso de la civilización occidental –en parte por la pérdida de las creencias religiosas y el olvido de los valores morales–, otro dato más hemos de considerar en nuestro análisis. Es el de denominado pensamiento débil, nihilista, que se reconoce impotente e incapaz de conocer la verdad y los valores esenciales de humanidad. Y, dando un paso más al frente, aduce una razón apodíctica –según sus promotores–: es que, sencillamente no existen; no, no existe la verdad...

A resultas de todo esto, el hombre ya no es considerado como siempre lo ha sido –especialmente desde que el mensaje de Jesucristo vivificara la cultura–: persona dotada de una dignidad sagrada e inviolable, capaz de acoger a Dios en su corazón y llamado a vivir con Él eternamente. Y, como, por otra parte, seguimos tropezando en la misma «piedra de escándalo», esto es, la existencia del sufrimiento y de la muerte... ¡muchos ya no saben qué hacer...!

Y como todo esto lacera el corazón humano, y supone una fuente de sufrimiento indecible, sin tener otra solución ante el problema, postulan el reconocimiento de la eutanasia. Lo cual significa disponer de la vida cuando uno así lo considere oportuno, porque ya no es una vida digna –dicen–, o que otros puedan decidir en ese sentido, caso que uno mismo no pueda hacerlo. Podrían decidir la familia, el Estado, las instituciones públicas...

De este modo –dicen algunos–, los humanos podríamos morir con dignidad, evitando tantos sufrimientos inútiles y estériles, que no consiguen otra cosa que hacer sufrir a la familia, viniendo a ser un coste muy alto para las arcas del Estado y la promoción del bienestar de la sociedad.

Por eso, no faltan voces que postulan el derecho a la eutanasia. Se trataría de un derecho más, reconocido y exigible como tal, y que el Estado habría de reconocer y facilitar a cuantos lo postularan.

Y es que perdido el sentido de la trascendencia, el reconocimiento de la existencia de Dios, y, consiguientemente, del valor y dignidad sagrada –e incondicional– de la vida humana, se da paso, fácilmente, al pragmatismo y al utilitarismo. El valor de la vida humana se desdibuja, en favor de la eficiencia y del rendimiento. En definitiva, el materialismo extiende sus tentáculos, hasta ahogar y aniquilar al mismo ser humano.

Buena muestra de ello es la realidad que ofrece la sociedad actual. De día en día –sin querer ser pesimistas, hay que reconocerlo–, los que propugnan la eutanasia ganan más adeptos, llegando a gozar de gran notoriedad, incluso reconocimiento y favor social. Todo ello, en aras a la libertad humana y los pretendidos derechos humanos, reivindicables democráticamente. De este modo, además de otras realidades que acompañan nuestro tiempo (aborto, prácticas contraconceptivas, violencia, homicidio y suicidios, terrorismo...) vemos que el influjo y alcance de la civilización de la muerte gana más adeptos y presencia social.

Y, como todo hay que decirlo, todo esto se fomenta desde instancias de poder mediático: el mensaje que transmiten los medios de comunicación social no es, precisamente, el respeto a la vida humana y a los valores morales de la persona y de la familia. Más aún, esa corriente de pensamiento gozo del respaldo político. Sobre todo cuando se favorece desde instancias gubernativas.

A este respecto –hemos de decirlo–, es claro el caso español. Hace un par de años, más o menos, asistimos a un bombardeo continuo, incluso desde el poder político, en orden a introducir la eutanasia en el marco legislativo y social de nuestra patria. Parece que se había apostado por ello decididamente. Pero, en última instancia, se dio como una especie de “frenazo”. No conocemos las razones. Quizá porque se consideró que sería algo impopular, que supondría una gran pérdida de votos, además del consiguiente desgaste político... Quizá se estimó que “el ambiente” todavía no estaba preparado, que había que profundizar en el espíritu pro-eutanasia. Quizá la fuerte protesta del Episcopado español, unida a la voz de tantos hombres y mujeres de bien (incluso desde ámbitos culturales y científicos), aconsejaron “echar el freno”... ¡por ahora...!, dirán algunos...

Sea lo que fuere, sin querer centrarnos en ese debate, concreto y puntual, a lo largo de este libro hemos querido afrontar la cuestión de la eutanasia. Y, como era lógico, también hemos tratado, por lo menos en alguna medida, de todas aquellas cuestiones que guardan relación con la misma.

Además –afrontando la cuestión desde la sensibilidad cristiana, en sintonía con Jesucristo y su Iglesia–, hemos querido ofrecer al lector cómo se contempla la cuestión desde una óptica cristiana. Y, en orden a sensibilizar acerca del valor de la vida humana en todas sus fases y estadios (por muy “pobres” que puedan ser sus expresiones concretas), hemos querido recoger varios testimonios de enfermos. Son personas que, algunas, podrían denominarse enfermos terminales, o personas que –humanamente hablando– tienen una expectativa, cara al futuro, como realización de sus vidas, muy pobre y apagada. ¡Pero es vida humana, auténtica vida! ¡Vida que tiene su origen y fin en Dios...! Y que, por ello, merece ser cultivada, protegida y alentada con todas nuestras fuerzas, con nuestra adhesión y cariño profundo. Y, si no, ¡que se lo digan a ellos...!

Quizá, leyendo, pues, estas páginas, el lector pueda persuadirse del valor y grandeza de la vida humana. Del valor y riqueza que suponen los enfermos para nuestra sociedad y en orden a la vida eterna, a que está convocada la entera humanidad.

Así, sensibilizados acerca de tan gran y relevante cuestión –tan decisiva para cada uno de nosotros y del futuro de la humanidad–, quizás, digo, todavía lleguemos a tiempo de corregir el rumbo de este mundo nuestro. Un mundo hermoso y estupendo, cargado de esperanza y de maravillosas realizaciones. Pero un mundo también –hay que reconocerlo– que se halla en serio peligro. ¡Ahora podemos salvarlo Ahora podemos hacer algo por mejorarlo. Será posible si todos y cada uno de nosotros apuesta por la vida, por toda expresión y realización de la vida humana. Así, sí, ¡así tendremos futuro...! Del otro modo no, pues si el hombre, si cada persona concreta no es reconocida y querida en sí misma, ¿qué futuro podremos esperar...?

ÍNDICE

A. Problemática actual

  • Historia de la eutanasia: breves pinceladas
  • Ante el problema
  • Sensibilidad actual
  • La realidad de algunas naciones
  • La eutanasia, planteada en España
  • Preocupación que suscita la eutanasia
  • Llamada de alerta
  • Solución al problema
  • B. Conceptos y diversas realidades humanas

  • Concepto
  • Acerca de la llamada eutanasia pasiva
  • Ensañamiento terapéutico y recursos ordinarios para sanar
  • Enfermo terminal y vegetativo; la sedación terminal
  • Recursos paliativos en el tratamiento de la enfermedad
  • Eutanasia y suicidio asistido
  • Valor de la ancianidad
  • Consecuencias de la introducción de la eutanasia
  • Casuística que se registra en la actualidad
  • Argumentos que pretenden justificar la eutanasia
  • El juramento hipocrático
  • Declaración de Pamplona (1998)
  • Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa: recomendación
  • Responsabilidad del médico
  • C. Cristianismo: posición de la Iglesia

  • Reproches a la Iglesia
  • El porqué del sufrimiento
  • El misterio del dolor y de la muerte a la luz de la vida y enseñanzas de Jesucristo
  • Superar la eutanasia comprendiendo el sufrimiento
  • El sufrimiento cristiano
  • El Evangelio de la vida
  • Las religiones unidas en defensa de la vida
  • Derecho a morir dignamente
  • Necesidad de una buena formación
  • Decálogo en defensa de la vida
  • Testamento vital
  • ¿Cómo afrontar, cristianamente, el dolor y la muerte?
  • Ante el misterio de la muerte, ¿eutanasia?
  • D. Apéndice: Testimonios

  • Testimonio de Laura Pastor, parapléjica desde los 30 años
  • Testimonio de los tetrapléjicos sobre la muerte de Ramón Sampedro
  • Testimonio de una minusválida física
  • Testimonio de la madre de María Gaztelu
  • Historia de Nino: inmovilizado durante 33 años, hoy consuela a sus amigos
  • Ninoska Moral Merino, periodista tetrapléjica
  • Historia de un joven discapacitado que ha removido Japón
  • Luis de Moya: Vale la Pena seguir viviendo
  • Terry Wallis: volvió a hablar después 19 años
  • Enfermo de esclerosis múltiple
  • Testimonio de una persona desahuciada de cáncer
  • Testimonio de Olga Bejano
  • El último diario de Belén
  • Cecilia, testimonio de fe y amor en el sufrimiento

  • CONTRACUBIERTA

    A lo largo de las páginas de este libro, el autor afronta diversas cuestiones de suma actualidad, como:

    * ¿Por qué existe el sufrimiento y la muerte?, ¿qué sentido tienen...?

    * La eutanasia, ¿es digna del hombre?, ¿podemos renunciar a vivir, a que otros puedan decidir sobre nuestra vida...?

    * ¿Cuál es la realidad de la eutanasia en nuestros días?, ¿tiene futuro...?

    * ¿Qué son los remedios paliativos para combatir el dolor? ¿Y el ensañamiento terapéutico...? ¿Son lícitos, son morales...?

    * ¿Qué misterio, qué valor encierra el sufrimiento humano...? ¿Qué dice Jesucristo sobre todo ello...?

    * ¿Qué piensa el mundo actual acerca de todo esto? ¿Y la Iglesia...? ¿Cuál es su enseñanza...?

    * En poco tiempo, ¿tendremos la eutanasia en España...? ¿Qué hay sobre esto...?

    * ¿Cuál es la finalidad de la medicina?, ¿qué piensan los médicos...?

    * Eutanasia y civilización de la muerte.

    * ¿Qué pueden decirnos los enfermos?, ¿cuál es su experiencia...?

    * Algunos testimonios.


    Precio 13,90 euros


    Diario de un seminarista




























    Presentación

    Han pasado algunos años desde que me ordené sacerdote. Y, ¡cómo corre el tiempo...! Veinticinco, en concreto.

    Siendo seminarista –recuerdo- tuve la ocurrencia, ¡no sé por qué!, de anotar algunas de las luces espirituales que recibía en mi alma haciendo oración, transcribiendo también algunos de mis pensamientos al hilo de los estudios o de la vida ordinaria. Lógicamente –no podía ser de otro modo-, tratando del amor de Dios para conmigo; de la bondad y belleza de la Iglesia, Madre y Maestra, Arca de salvación en la que los hombres llegan al puerto de la vida eterna; de la maravilla y santidad de la vida cristiana; del hombre y del mundo... Y, ¡cómo no!, del sacerdocio, que ya me disponía a abrazar en amor a Dios y a su Iglesia.

    ¡Sí, quería ardientemente ser sacerdote, ser Cristo y realizar en favor de los hombres los misterios de la santificación y salvación...! A lo largo de mi vida, siempre he querido esto. Mejor: desde los diecisiete años. ¡Todavía recuerdo cómo fue...! Por eso, podría afirmar, que es lo único que he deseado, aun cuando a veces hayan confluido otros ideales o afanes... ¡Pero Dios me quería sacerdote! Y, por eso, ¡me buscó, me rescató y me hizo suyo...! Desde entonces –me parece poder decirlo con todas las veras del alma- ¡no he querido otra cosa que ser suyo, plenamente suyo!, ¡como Él quiera, y para lo que quiera...!

    Yo lo que he hecho, únicamente, es decirle que sí, queriendo corresponder con generosidad y prontitud de ánimo. Seguramente, será algo que habré hecho con muchas deficiencias y lagunas... O, quizás, no lo haya logrado, pese a ser lo único que siempre he querido... ¡La vida siempre tiene un tinte dramático, pese a desarrollarse en las manos de Dios, en el claroscuro de la fe!... Pese a ello, cuanto de bueno haya en mí, o haya podido haber, es cosa de Dios, pues El me tomó y El me ha ido llevando –todo hay que decirlo-, sin apenas darme yo cuenta... Al hablar así, me parece digo la verdad. De todos modos, por supuesto, no quisiera sino expresar la verdad.

    Bueno, después de dicho esto, al confiarte este libro que hoy pongo en tus manos, he de decirte cómo nació. Al hilo de mi experiencia espiritual, de mis vivencias y vicisitudes de seminarista, fui adentrándome en el misterio de Dios, de la Redención, de la Iglesia, del sacerdocio y ¡en la prodigiosa tarea de la salvación de los hombres...!

    Así que, prendió una luz en mi interior. Y me dije a mí mismo: «¿Por qué no dejar por escrito algunas de estas cosas, que Dios me dice en el alma, o que se me ocurren en mi interior...? Quizá, más adelante, puedan servir a otras personas, infundiéndoles luces, o ánimos..., ¡quién sabe...!». No es que pretendiera expresar “genialidades”, o pensamientos de esos, “que hacen época”... En aquel tiempo, lejos estaba yo entonces de pensar que este escrito –que, desde el principio, lo concebí como Diario de un seminarista-, podría fraguar, llegando el día de ser publicado. Pero así lo hice.

    Comencé a escribirlo teniendo veinte años, una vez iniciada mi formación más importante y específica en orden al sacerdocio. A decir verdad –y no lo digo a modo de excusa-, no emprendí esta tarea porque me creyera importante, o porque mi vida tuviera algo de especial... No. Simplemente lo hice –como ya he indicado- por amor a Dios y pensando ayudar, de algún modo, a quienes leyeran estas páginas. Respecto a lo dicho anteriormente, de su lectura pronto deducirás que en las líneas que siguen no hay nada especial: tan sólo un poco de amor de Dios, y buena voluntad...

    Así que sin más prolegómenos, te invito a adentrarte en las páginas de este libro. Lo hago con la esperanza de que te puedan servir, pues –como es natural- de no ser así carecería de alicientes para escribir cuanto sigue. Si he logrado mi intento, o en qué medida, tú dirás... ¡Tú tienes la palabra...!

    También -¿por qué no decirlo?, como ya he apuntado, lo hago en una fecha especialmente significativa: celebro mis bodas de plata sacerdotales. ¿Por qué, pues, renunciar a la ilusión de poder decir algo a los demás, de compartir alguna ocurrencia –si prefieres, gracias- que he podido recibir de Dios?... ¡Ojalá sea así...! ¡Veinticinco años!, ¡qué pronto han pasado!... ¡Qué densos y llenos de gozo, de alegrías y –también- sufrimientos; de pesares y anhelos...!

    ¡Veinticinco años! Que ¿si ha merecido la pena...? Por supuesto, sin duda alguna. ¡Aunque sólo hubiera celebrado una Misa, o confesado a un penitente, o pronunciado el nombre de Dios, y de María, en alguna predicación...! Que, ¿cómo me siento? o ¿qué impresiones tengo...? ¡Eso es ya otra historia! ¡no importa...! De todos modos, aunque pueda sonar a Perogrullo, diré –con toda mi alma, y grito en cuello- que si mil veces volviera a nacer, las mil querría ser sacerdote! ¡únicamente sacerdote...!

    Y es que –por lo menos yo así lo entiendo- ¡lo que importa no es lo que podamos hacer nosotros en la vida, sino lo que Dios pueda hacer con nosotros...! ¡aunque estemos hechos de mala pasta...!