viernes, agosto 18, 2006

LA EUTANASIA ¿es buena muerte...?


Presentación

Si algo ha preocupado a los humanos desde que el hombre es tal, es la cuestión de la muerte. Y del sufrimiento: ¿cuál es su origen, cuál su sentido...? La razón es sencilla: ¡estamos hechos para la vida!, y no hay nada que la contradiga tanto, y tan profundamente, como la muerte.

Pero –lo sabemos bien–, dado que la muerte es inevitable, pues forma parte del mismo existir humano, si algo ha hecho el hombre a lo largo de la historia es poner todo su esfuerzo e ingenio en combatir el dolor, tratando de erradicar incluso la muerte. No obstante, por muchos y muy grandes que hayan sido los esfuerzos y energías puestos en ello, no cabe otro remedio que reconocer la victoria de la muerte.

Siendo esto así, y no pudiendo hacer otra cosa, los humanos han aplicado el ingenio en cómo posponer la muerte, desplazando y tratando de anular las enfermedades y sufrimientos que acompañan nuestro existir terreno.

Pero junto a ello, también es verdad que, a lo largo de la historia, no han faltado hombres –incluso científicos–, que han optado por rendirse ante el poder de la muerte. Y como no pudieran derrotarla, algunos optaron por anticipar la muerte, como medio de evitar los sufrimientos humanos que tanto pesar y congoja suscitan en los corazones. Así, no faltaron en diversos períodos históricos –incluso recientes– las prácticas eutanásicas y eugenésicas.

En medio de este mare magnum, cuando se atisban graves presagios que parecen anunciar un ocaso de la civilización occidental –en parte por la pérdida de las creencias religiosas y el olvido de los valores morales–, otro dato más hemos de considerar en nuestro análisis. Es el de denominado pensamiento débil, nihilista, que se reconoce impotente e incapaz de conocer la verdad y los valores esenciales de humanidad. Y, dando un paso más al frente, aduce una razón apodíctica –según sus promotores–: es que, sencillamente no existen; no, no existe la verdad...

A resultas de todo esto, el hombre ya no es considerado como siempre lo ha sido –especialmente desde que el mensaje de Jesucristo vivificara la cultura–: persona dotada de una dignidad sagrada e inviolable, capaz de acoger a Dios en su corazón y llamado a vivir con Él eternamente. Y, como, por otra parte, seguimos tropezando en la misma «piedra de escándalo», esto es, la existencia del sufrimiento y de la muerte... ¡muchos ya no saben qué hacer...!

Y como todo esto lacera el corazón humano, y supone una fuente de sufrimiento indecible, sin tener otra solución ante el problema, postulan el reconocimiento de la eutanasia. Lo cual significa disponer de la vida cuando uno así lo considere oportuno, porque ya no es una vida digna –dicen–, o que otros puedan decidir en ese sentido, caso que uno mismo no pueda hacerlo. Podrían decidir la familia, el Estado, las instituciones públicas...

De este modo –dicen algunos–, los humanos podríamos morir con dignidad, evitando tantos sufrimientos inútiles y estériles, que no consiguen otra cosa que hacer sufrir a la familia, viniendo a ser un coste muy alto para las arcas del Estado y la promoción del bienestar de la sociedad.

Por eso, no faltan voces que postulan el derecho a la eutanasia. Se trataría de un derecho más, reconocido y exigible como tal, y que el Estado habría de reconocer y facilitar a cuantos lo postularan.

Y es que perdido el sentido de la trascendencia, el reconocimiento de la existencia de Dios, y, consiguientemente, del valor y dignidad sagrada –e incondicional– de la vida humana, se da paso, fácilmente, al pragmatismo y al utilitarismo. El valor de la vida humana se desdibuja, en favor de la eficiencia y del rendimiento. En definitiva, el materialismo extiende sus tentáculos, hasta ahogar y aniquilar al mismo ser humano.

Buena muestra de ello es la realidad que ofrece la sociedad actual. De día en día –sin querer ser pesimistas, hay que reconocerlo–, los que propugnan la eutanasia ganan más adeptos, llegando a gozar de gran notoriedad, incluso reconocimiento y favor social. Todo ello, en aras a la libertad humana y los pretendidos derechos humanos, reivindicables democráticamente. De este modo, además de otras realidades que acompañan nuestro tiempo (aborto, prácticas contraconceptivas, violencia, homicidio y suicidios, terrorismo...) vemos que el influjo y alcance de la civilización de la muerte gana más adeptos y presencia social.

Y, como todo hay que decirlo, todo esto se fomenta desde instancias de poder mediático: el mensaje que transmiten los medios de comunicación social no es, precisamente, el respeto a la vida humana y a los valores morales de la persona y de la familia. Más aún, esa corriente de pensamiento gozo del respaldo político. Sobre todo cuando se favorece desde instancias gubernativas.

A este respecto –hemos de decirlo–, es claro el caso español. Hace un par de años, más o menos, asistimos a un bombardeo continuo, incluso desde el poder político, en orden a introducir la eutanasia en el marco legislativo y social de nuestra patria. Parece que se había apostado por ello decididamente. Pero, en última instancia, se dio como una especie de “frenazo”. No conocemos las razones. Quizá porque se consideró que sería algo impopular, que supondría una gran pérdida de votos, además del consiguiente desgaste político... Quizá se estimó que “el ambiente” todavía no estaba preparado, que había que profundizar en el espíritu pro-eutanasia. Quizá la fuerte protesta del Episcopado español, unida a la voz de tantos hombres y mujeres de bien (incluso desde ámbitos culturales y científicos), aconsejaron “echar el freno”... ¡por ahora...!, dirán algunos...

Sea lo que fuere, sin querer centrarnos en ese debate, concreto y puntual, a lo largo de este libro hemos querido afrontar la cuestión de la eutanasia. Y, como era lógico, también hemos tratado, por lo menos en alguna medida, de todas aquellas cuestiones que guardan relación con la misma.

Además –afrontando la cuestión desde la sensibilidad cristiana, en sintonía con Jesucristo y su Iglesia–, hemos querido ofrecer al lector cómo se contempla la cuestión desde una óptica cristiana. Y, en orden a sensibilizar acerca del valor de la vida humana en todas sus fases y estadios (por muy “pobres” que puedan ser sus expresiones concretas), hemos querido recoger varios testimonios de enfermos. Son personas que, algunas, podrían denominarse enfermos terminales, o personas que –humanamente hablando– tienen una expectativa, cara al futuro, como realización de sus vidas, muy pobre y apagada. ¡Pero es vida humana, auténtica vida! ¡Vida que tiene su origen y fin en Dios...! Y que, por ello, merece ser cultivada, protegida y alentada con todas nuestras fuerzas, con nuestra adhesión y cariño profundo. Y, si no, ¡que se lo digan a ellos...!

Quizá, leyendo, pues, estas páginas, el lector pueda persuadirse del valor y grandeza de la vida humana. Del valor y riqueza que suponen los enfermos para nuestra sociedad y en orden a la vida eterna, a que está convocada la entera humanidad.

Así, sensibilizados acerca de tan gran y relevante cuestión –tan decisiva para cada uno de nosotros y del futuro de la humanidad–, quizás, digo, todavía lleguemos a tiempo de corregir el rumbo de este mundo nuestro. Un mundo hermoso y estupendo, cargado de esperanza y de maravillosas realizaciones. Pero un mundo también –hay que reconocerlo– que se halla en serio peligro. ¡Ahora podemos salvarlo Ahora podemos hacer algo por mejorarlo. Será posible si todos y cada uno de nosotros apuesta por la vida, por toda expresión y realización de la vida humana. Así, sí, ¡así tendremos futuro...! Del otro modo no, pues si el hombre, si cada persona concreta no es reconocida y querida en sí misma, ¿qué futuro podremos esperar...?

ÍNDICE

A. Problemática actual

  • Historia de la eutanasia: breves pinceladas
  • Ante el problema
  • Sensibilidad actual
  • La realidad de algunas naciones
  • La eutanasia, planteada en España
  • Preocupación que suscita la eutanasia
  • Llamada de alerta
  • Solución al problema
  • B. Conceptos y diversas realidades humanas

  • Concepto
  • Acerca de la llamada eutanasia pasiva
  • Ensañamiento terapéutico y recursos ordinarios para sanar
  • Enfermo terminal y vegetativo; la sedación terminal
  • Recursos paliativos en el tratamiento de la enfermedad
  • Eutanasia y suicidio asistido
  • Valor de la ancianidad
  • Consecuencias de la introducción de la eutanasia
  • Casuística que se registra en la actualidad
  • Argumentos que pretenden justificar la eutanasia
  • El juramento hipocrático
  • Declaración de Pamplona (1998)
  • Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa: recomendación
  • Responsabilidad del médico
  • C. Cristianismo: posición de la Iglesia

  • Reproches a la Iglesia
  • El porqué del sufrimiento
  • El misterio del dolor y de la muerte a la luz de la vida y enseñanzas de Jesucristo
  • Superar la eutanasia comprendiendo el sufrimiento
  • El sufrimiento cristiano
  • El Evangelio de la vida
  • Las religiones unidas en defensa de la vida
  • Derecho a morir dignamente
  • Necesidad de una buena formación
  • Decálogo en defensa de la vida
  • Testamento vital
  • ¿Cómo afrontar, cristianamente, el dolor y la muerte?
  • Ante el misterio de la muerte, ¿eutanasia?
  • D. Apéndice: Testimonios

  • Testimonio de Laura Pastor, parapléjica desde los 30 años
  • Testimonio de los tetrapléjicos sobre la muerte de Ramón Sampedro
  • Testimonio de una minusválida física
  • Testimonio de la madre de María Gaztelu
  • Historia de Nino: inmovilizado durante 33 años, hoy consuela a sus amigos
  • Ninoska Moral Merino, periodista tetrapléjica
  • Historia de un joven discapacitado que ha removido Japón
  • Luis de Moya: Vale la Pena seguir viviendo
  • Terry Wallis: volvió a hablar después 19 años
  • Enfermo de esclerosis múltiple
  • Testimonio de una persona desahuciada de cáncer
  • Testimonio de Olga Bejano
  • El último diario de Belén
  • Cecilia, testimonio de fe y amor en el sufrimiento

  • CONTRACUBIERTA

    A lo largo de las páginas de este libro, el autor afronta diversas cuestiones de suma actualidad, como:

    * ¿Por qué existe el sufrimiento y la muerte?, ¿qué sentido tienen...?

    * La eutanasia, ¿es digna del hombre?, ¿podemos renunciar a vivir, a que otros puedan decidir sobre nuestra vida...?

    * ¿Cuál es la realidad de la eutanasia en nuestros días?, ¿tiene futuro...?

    * ¿Qué son los remedios paliativos para combatir el dolor? ¿Y el ensañamiento terapéutico...? ¿Son lícitos, son morales...?

    * ¿Qué misterio, qué valor encierra el sufrimiento humano...? ¿Qué dice Jesucristo sobre todo ello...?

    * ¿Qué piensa el mundo actual acerca de todo esto? ¿Y la Iglesia...? ¿Cuál es su enseñanza...?

    * En poco tiempo, ¿tendremos la eutanasia en España...? ¿Qué hay sobre esto...?

    * ¿Cuál es la finalidad de la medicina?, ¿qué piensan los médicos...?

    * Eutanasia y civilización de la muerte.

    * ¿Qué pueden decirnos los enfermos?, ¿cuál es su experiencia...?

    * Algunos testimonios.


    Precio 13,90 euros


    Diario de un seminarista




























    Presentación

    Han pasado algunos años desde que me ordené sacerdote. Y, ¡cómo corre el tiempo...! Veinticinco, en concreto.

    Siendo seminarista –recuerdo- tuve la ocurrencia, ¡no sé por qué!, de anotar algunas de las luces espirituales que recibía en mi alma haciendo oración, transcribiendo también algunos de mis pensamientos al hilo de los estudios o de la vida ordinaria. Lógicamente –no podía ser de otro modo-, tratando del amor de Dios para conmigo; de la bondad y belleza de la Iglesia, Madre y Maestra, Arca de salvación en la que los hombres llegan al puerto de la vida eterna; de la maravilla y santidad de la vida cristiana; del hombre y del mundo... Y, ¡cómo no!, del sacerdocio, que ya me disponía a abrazar en amor a Dios y a su Iglesia.

    ¡Sí, quería ardientemente ser sacerdote, ser Cristo y realizar en favor de los hombres los misterios de la santificación y salvación...! A lo largo de mi vida, siempre he querido esto. Mejor: desde los diecisiete años. ¡Todavía recuerdo cómo fue...! Por eso, podría afirmar, que es lo único que he deseado, aun cuando a veces hayan confluido otros ideales o afanes... ¡Pero Dios me quería sacerdote! Y, por eso, ¡me buscó, me rescató y me hizo suyo...! Desde entonces –me parece poder decirlo con todas las veras del alma- ¡no he querido otra cosa que ser suyo, plenamente suyo!, ¡como Él quiera, y para lo que quiera...!

    Yo lo que he hecho, únicamente, es decirle que sí, queriendo corresponder con generosidad y prontitud de ánimo. Seguramente, será algo que habré hecho con muchas deficiencias y lagunas... O, quizás, no lo haya logrado, pese a ser lo único que siempre he querido... ¡La vida siempre tiene un tinte dramático, pese a desarrollarse en las manos de Dios, en el claroscuro de la fe!... Pese a ello, cuanto de bueno haya en mí, o haya podido haber, es cosa de Dios, pues El me tomó y El me ha ido llevando –todo hay que decirlo-, sin apenas darme yo cuenta... Al hablar así, me parece digo la verdad. De todos modos, por supuesto, no quisiera sino expresar la verdad.

    Bueno, después de dicho esto, al confiarte este libro que hoy pongo en tus manos, he de decirte cómo nació. Al hilo de mi experiencia espiritual, de mis vivencias y vicisitudes de seminarista, fui adentrándome en el misterio de Dios, de la Redención, de la Iglesia, del sacerdocio y ¡en la prodigiosa tarea de la salvación de los hombres...!

    Así que, prendió una luz en mi interior. Y me dije a mí mismo: «¿Por qué no dejar por escrito algunas de estas cosas, que Dios me dice en el alma, o que se me ocurren en mi interior...? Quizá, más adelante, puedan servir a otras personas, infundiéndoles luces, o ánimos..., ¡quién sabe...!». No es que pretendiera expresar “genialidades”, o pensamientos de esos, “que hacen época”... En aquel tiempo, lejos estaba yo entonces de pensar que este escrito –que, desde el principio, lo concebí como Diario de un seminarista-, podría fraguar, llegando el día de ser publicado. Pero así lo hice.

    Comencé a escribirlo teniendo veinte años, una vez iniciada mi formación más importante y específica en orden al sacerdocio. A decir verdad –y no lo digo a modo de excusa-, no emprendí esta tarea porque me creyera importante, o porque mi vida tuviera algo de especial... No. Simplemente lo hice –como ya he indicado- por amor a Dios y pensando ayudar, de algún modo, a quienes leyeran estas páginas. Respecto a lo dicho anteriormente, de su lectura pronto deducirás que en las líneas que siguen no hay nada especial: tan sólo un poco de amor de Dios, y buena voluntad...

    Así que sin más prolegómenos, te invito a adentrarte en las páginas de este libro. Lo hago con la esperanza de que te puedan servir, pues –como es natural- de no ser así carecería de alicientes para escribir cuanto sigue. Si he logrado mi intento, o en qué medida, tú dirás... ¡Tú tienes la palabra...!

    También -¿por qué no decirlo?, como ya he apuntado, lo hago en una fecha especialmente significativa: celebro mis bodas de plata sacerdotales. ¿Por qué, pues, renunciar a la ilusión de poder decir algo a los demás, de compartir alguna ocurrencia –si prefieres, gracias- que he podido recibir de Dios?... ¡Ojalá sea así...! ¡Veinticinco años!, ¡qué pronto han pasado!... ¡Qué densos y llenos de gozo, de alegrías y –también- sufrimientos; de pesares y anhelos...!

    ¡Veinticinco años! Que ¿si ha merecido la pena...? Por supuesto, sin duda alguna. ¡Aunque sólo hubiera celebrado una Misa, o confesado a un penitente, o pronunciado el nombre de Dios, y de María, en alguna predicación...! Que, ¿cómo me siento? o ¿qué impresiones tengo...? ¡Eso es ya otra historia! ¡no importa...! De todos modos, aunque pueda sonar a Perogrullo, diré –con toda mi alma, y grito en cuello- que si mil veces volviera a nacer, las mil querría ser sacerdote! ¡únicamente sacerdote...!

    Y es que –por lo menos yo así lo entiendo- ¡lo que importa no es lo que podamos hacer nosotros en la vida, sino lo que Dios pueda hacer con nosotros...! ¡aunque estemos hechos de mala pasta...!

    domingo, abril 16, 2006

    Mi compañero


    Mi compañero

    Presentación

    Con estas páginas tengo el gusto de presentar un libro muy original. Como se trata de algo original, requiere también una presentación diversa. No es que lo vaya a ser en sí misma, como resultado de mi ingenio. Se diferenciará, quizá de otras, por el modo en que se haya llegado a realizarla.

    A este propósito, es criterio general entre los escritores (yo siempre he procedido así con los libros que he publicado), que la presentación e, incluso el índice, se elaboran una vez terminado el libro. En esta ocasión procedemos a la inversa: desde el primer momento he tenido perfectamente claro qué libro quería poner en tus manos, amigo lector. También con qué intención. De ahí que haya tenido tan claro esta presentación, y la estructura de este pequeño libro.

    A buen seguro, te habrá llamado la atención su título: Mi compañero. Esto es lo que he querido que sea este libro para ti: un compañero de camino por las encrucijadas de este mundo, en medio de tus más diversas actividades y problemas... También cuando la tristeza o la alegría llamen a tu puerta. Y cuando te encuentres estrujado en medio del metro, camino de la universidad o de tu puesto de trabajo. O, cuando te halles esperando –lleno de paciencia, como los antiguos estoicos- la llegada del autobús, que no llega: cuántas veces te has visto tentado de coger un taxi, tentación que has podido superar con suma facilidad dado que tu cartera no se puede permitir tales lujos... Mi compañero también te puede acompañar en los ratos de ocio en la piscina, o junto a la orilla del mar...

    En definitiva, Mi compañero quiere acompañarte allí donde estés, hagas lo que hagas, te encuentres como te encuentres: animoso o tristón, alegre o cabizbajo, optimista o desesperanzado... Basta que lo introduzcas en tu vida, que le permitas acompañarte en todo momento. Para esto no es preciso que le pidas permiso, ni que eleves una instancia con la correspondiente póliza al ministerio pertinente... Sí, basta con que lo introduzcas en tu bolsillo de los vaqueros, o bien -si el tamaño lo permite- en tu camisa. Las chicas lo tendréis más fácil, pues os será muy cómodo llevarlo en el bolso, con el lápiz de los ojos o la barrita de carmín y el perfume que os gusta...

    Así, si le permites acompañarte, Mi compañero lo tendrás al alcance de la mano en cualquier momento. Cuando estés aburrido, sin saber qué hacer. O, como te decía antes, cuando estés apunto de dejarte llevar de los nervios por esas esperas interminables que has de sufrir, tantas veces...

    Y, ¿por qué no? Lo puedes llevar a tu habitación, para estando a solas abrirlo y reflexionar o hacer un rato de oración, o simplemente para buscar algún consejo o una luz que te permita afrontar una situación complicada, o que lleve a tu alma un soplo de esperanza, o de alegría... ¡También para que te ayude a amar, pues has nacido para amar, y necesitas amar para ser tú mismo, para ser feliz, y así hacer felices a los demás!...

    También –te lo diré como en confidencia, sin que te asuste- te puede servir para cuando pases junto a alguna iglesia. ¿Por qué no entrar, en alguna ocasión, para dar descanso no sólo a tus huesos, que no pueden con tanto trajín y el estrés de la ciudad, sino también para alcanzar alguna luz, y dar sosiego y paz a tu alma, a tu corazón sediento de valores auténticos, en los que merezca la pena comprometer la existencia?... Si lo haces, un día y otro –por lo menos de vez en cuando- verás que te sienta muy bien, pues encontrarás paz y alegría, además de sentirte más relajado y optimista, en medio de tus problemas y dificultades.

    Además de esto, convendrá tener presente –sobre todo si crees en Jesús y en sus promesas: si eres amigo suyo- que leyendo o reflexionando con Mi compañero, puedes dar lugar a que intervenga otro compañero. Mejor dicho: el Compañero por antonomasia de nuestra vida en la tierra, que es Cristo Jesús. Él siempre está junto a nosotros en el camino de la vida, como lo estuvo con los Apóstoles y demás amigos (por ejemplo aquellos que se dirigían a Meaux, tristes y derrotados tras la muerte del Señor en el Calvario).

    Sí, Jesús es el Gran Compañero de nuestra vida. Siempre está junto a nosotros: nos demos cuenta o no, queramos tenerle con nosotros o no, pues Él nos ama y no puede separarse ni olvidarse o dejarnos a nuestra suerte,... en medio de esta selva en la que tantas veces se transforma el mundo que habitamos.

    Y es que el Señor tiene especial empeño en acompañarnos en nuestro paso por este mundo, pues Él -que vivió como uno de nosotros- sabe de sus problemas y dificultades, además de ser solidario siempre y en todo con nosotros ¡y de amarnos con locura, como no podemos imaginar!... Así, estando con nosotros, a la vera de nuestro camino, nos ayudará para que no perdamos el rumbo hacia ese otro mundo al que nos abocamos, queramos o no, pues nuestra vida en la tierra un día acabará, más pronto o más tarde...

    El Señor quiere llevarnos al Reino de los cielos. Está empeñado en salvarnos y, como decía antes, ayudarnos en todas nuestras necesidades aquí en la tierra. Por esto, considero que sería de gran utilidad, quizá una ayuda inestimable para ti, que oraras y reflexionaras con Mi compañero teniendo presente al Compañero verdadero, ¡al mejor de los compañeros, al único que en verdad nos acompaña siempre, pues nos ama sin condición! Es una propuesta que la confío a tu corazón que busca la verdad, que quiere hacer de su vida algo grande, gastándola con generosidad en algo valioso.

    Bueno, me estoy alargando más de lo que pensaba. Pero no quiero renunciar a hacerte una confidencia. Y es que, en un principio, había pensado llamar a nuestro libro con este título: Mi amigo. No lo he hecho, pues me parece muy pretencioso por mi parte, pues nadie otorga el título de amigo si no a aquel que lo merece, o que estima es digno de ello, aunque él mismo se presente como tal.

    No obstante, Mi compañero podría llegar a ser tu amigo, mi amigo, si tú quisieras. Depende de ti: de cómo y cuánto acudas a él, de si le dejas hablarte, si te confías a sus consejos o estimas los criterios que te ofrece. En fin tú y él estáis llamados a descubriros recíprocamente. Por esto, al mismo tiempo, yo os confío a ambos, invitándoos a emprender el camino de la amistad. Aunque mi palabra haya sido torpe e imprecisa, mi corazón no: Este es el único objetivo al que ha querido servir.

    Ahora, pues, tú y Mi compañero tenéis la palabra. ¡Si quieres, si te parece bien, algún día ya me contarás!...



    Precio 6,60 euros


    Cardenal Ratzinger:Diccionario de Enseñanzas

    Cardenal Ratzinger Diccionario de Enseñanzas

    Presentación

    Ha querido Dios, dentro de los designios de la Providencia que, en el momento de ser elegido el Cardenal Joseph Ratzinger Pontífice de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, tuviera yo en mi acerbo la inmensa fortuna de haber leído más de 48 libros suyos, recogiendo sus escritos. Incluidos también los grandes documentos de la Congregación Doctrina de la Fe, presidida por él en estos últimos lustros. Así resultaron los documentos doctrinales emanados por la Congregación, de mayor valor que otros, y en los que el Cardenal intervino con gran autoridad.

    Lógicamente, nada más saber la noticia de su elección, pronto, afloró en mi mente la preparación del libro que tengo el gusto de presentar. Consideré que constituía para mí un gran privilegio, y un inmenso honor. Y que podría ser -gracias a la sabiduría y al trabajo intelectual de su Eminencia- una valiosa aportación a la misión de la Iglesia. Su misión es servir a la Verdad de Dios y a la salvación de los hombres. Dimensiones que se autoimplican. Los lectores serán los que mejor puedan juzgar: ellos tienen la palabra.

    Partiendo de esta premisa, he de manifestar algo claro e inequívoco. La lectura de sus libros, muchos y de diversa índole -extremadamente polifacético-, constituye un tesoro de profundas enseñanzas. Por otra parte, el teólogo y cardenal Ratzinger está dotado de una gran capacidad de expresión, resultando muy comprensible (según el modo de comunicarse, y los destinatarios de sus libros). Verdaderamente, atendiendo a sus enseñanzas, y a la exposición de las mismas, ya no sirve aquello que tantas veces he podido oír -recuerdo cuando estaba en clase, en mi Seminario de Logroño-: “los teólogos alemanes resultan complicados y farragosos, difíciles de entender”…

    Considerando las lecturas y el estudio realizado (he procurado recoger todo, aunque soy consciente de que algo faltará…), estimo que estoy en condiciones de poder realizar una especie de conjetura. Sin miedo a equivocarme, quizás, podría decir que Ratzinger -en este momento- constituye una de las inteligencias más preclaras de la Iglesia. Y de mayor garantía y solvencia.

    Estudiando su pensamiento, y agrupándolo por orden temático, siguiendo el hilo del diccionario, han resultado más de 225 voces, que recogen temas tan variados como la filosofía y la teología, la ciencia y la cultura, la política y la democracia, el derecho y la justicia, los sacramentos, la Virgen María, el arte, el humanismo… Un impresionante torrente de enseñanzas, de grandísima profundidad y riqueza, claras y convincentes.

    Cuando han transcurrido escasos meses desde que fuera elegido Papa de la Iglesia, nuestro entrañable Pastor ya habrá adquirido una nueva comprensión de su vida y ministerio en favor de la Iglesia y de la humanidad. Hace años se interrogaba, con sencillez -queriendo penetrar en los misteriosos designios de Dios- acerca de esto. Ahora ha alcanzado una nueva clave de comprensión para entenderse a sí mismo. Traigamos, pues, a la memoria, esas palabras a que aludía: «Dado que nací un Sábado Santo, este día ha tenido siempre para mí un significado espe¬cial. En mis primeros años me resultaba importante sobre todo el hecho de que yo -y mis padres insistían en ello con un cierto orgullo- hubie¬ra sido el primer bautizando en recibir el agua pascual recién bendeci¬da. El hecho de nacer el Sábado Santo me había donado el privilegio de un bautismo ligado de un modo absolutamente evidente a la Pascua cris¬tiana, de tal manera que la raíz íntima y el significado esencial del bau¬tismo emergían con especial claridad. El mensaje del día en que vine al mundo tenía un vínculo particular con la liturgia de la Iglesia; y mi vida se había orientado desde el principio hacia este singular entretejido de oscuridad y de luz, de dolor y de esperanza, de ocultación y de presen¬cia de Dios» (Cinco meditaciones, en AA. VV.: El sábado de la historia, Madrid, 1998, p. 18).

    Ahora, Benedicto XVI, mirando hacia atrás y con la mirada puesta en Jesucristo, y en la realización de la misión que le ha sido confiada, ahora sí, puede comprenderse con luces nuevas. Y lo hará con energías nuevas, fuertes y poderosas… ¡Quiera Dios que nosotros, los fieles creyentes en Cristo y en su Iglesia, y los hombres y mujeres de buena voluntad, sepamos entenderlo! De ese modo, gracias a Benedicto XVI –a sus enseñanzas, a su testimonio y compromiso con la humanidad doliente- podremos adquirir una nueva comprensión acerca de nuestras vidas. ¡Y del misterio de Dios y de la Iglesia santa!

    Estas páginas (recogiendo sus enseñanzas anteriores) sirvan, pues, como preámbulo a las enseñanzas del Santo Padre, que en los próximos años manarán diáfanas y claras, seguras y firmes, fuertes y bien cimentadas.

    Y -como no puede ser de otra forma-, dado que serán muchos los que puedan interrogarse acerca del valor de sus enseñanzas anteriores al Pontificado, considero oportunísimo traer a colación unas palabras que, en cierta ocasión -interrogado por el metropolita Damaskinos- quiso el Cardenal Ratzinger distinguir entre su tarea de profesor y teólogo (sobre todo antes de ser nombrado Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe respecto a su anterior posición), como persona singular, en su quehacer privado.

    Ratzinger respondió con valentía a la objeción presentada. Considero que su respuesta de entonces, trasladada al momento actual, como Pontífice de la Iglesia, bien nos puede orientar y esclarecer, quizá ante ciertas dudas e inquietudes. Recojo, pues, sus palabras: «El profesor y el Pre¬fecto son la misma persona, pero ambos conceptos designan funciones correspondientes a distintas tareas. Existe, por tan¬to, en ese sentido, una diferencia, pero ninguna contradic¬ción. El profesor (que sigo siendo) se esfuerza por el conocimiento, y expone en sus libros y conferencias lo que cree haber encontrado, y lo subordina tanto al debate de los teólogos como al parecer de la Iglesia. Él intenta, desde la responsabilidad ante la verdad de la fe y consciente de sus lími¬tes, lograr conocimientos que le sigan ayudando en el camino de la fe y en el camino de la unidad. Lo que él escribe o dice proviene de su itinerario personal de pensamiento y de fe, y lo implanta en el itinerario común de la Iglesia. El Prefecto, en cambio, no tiene que exponer sus interpretaciones perso¬nales. Al contrario, tiene que pasar a un segundo término para dejar espacio a la palabra común de la Iglesia. Él no escribe, como hace el profesor, textos a partir de su propia búsqueda y de sus logros, sino que tiene que preocuparse porque los órganos magisteriales de la Iglesia hagan su traba¬jo con gran responsabilidad, de tal forma que al final el texto sea purificado de todo lo meramente privado y constituya realmente la palabra común de la Iglesia.

    » (...) Los documentos de la Congregación no son infalibles, pero de hecho son más que contribuciones teológicas a los debates, orientaciones que se dirigen a la conciencia creyente de pas¬tores y maestros. Así, resulta claro que los textos de la Con¬gregación no pueden ni deben ser textos del profesor Ratzinger, que está al servicio de una totalidad que se extien¬de hasta él y para ello, consciente de su responsabilidad, intenta conservar el papel de moderador» (Carta al metropolita Damaskinos, 20-2-2001, en Convocados en el camino de la fe: Madrid, 2004, pp. 237-238).

    Teniendo, pues, presente todo esto, asumamos el Pontificado de Benedicto XVI con espíritu de fe y de amor a Cristo, y de amor a la Iglesia santa, en orden a realizar su misión en el mundo. ¡Acojámoslo con espíritu generoso y positivo, con espíritu filial, con docilidad cordial...

    Precio 35,90 euros

    domingo, marzo 26, 2006

    Diccionario social y moral de Juan Pablo II



    Diccionario social y moral de Juan Pablo II

    Enseñanzas del Papa, sobre política, trabajo, familia, vida humana, valores, en 2.210 textos. Es la visión del mundo actual, con sus problemas, a la luz del Evangelio, para que seglares, sacerdotes, religiosas y religiosos tengan a mano la respuesta a los grandes interrogantes del hombre de hoy.



    P.V.P 23,50 € (31,02 $)